..Sangraba, sangraba y no paraba de sangrar! En el
reducido rectángulo del ascensor la sangre derramada cubrió la superficie del
suelo, el desmayo era ya tan inminente que tubo que apretar con fuerza su brazo
sano contra el espejo para no derrumbarse. Cuando la puerta finalmente se abrió
salió jadeante quedando la palma roja de su mano marcada sobre el cristal como
la de un animal moribundo.
Abrió la puerta, cruzó la acera, y cayó de rodillas
en medio de la carretera levantando sus manos al cielo; quiso pedir ayuda pero
no pudo gesticular palabra alguna y solo un grito salió de su garganta, un terrible:
AAAAAHHHGGGGG!! Que hizo que por entonces las pocas miradas que quedaban despistadas
se clavaran sobre él con tremendo pavor y con morboso interés. Finalmente se desvaneció
sobre el asfalto mientras un camionero despistado frenó en seco ante él justo
antes de arrollarlo.
Trayecto en la ambulancia como si fuera una montaña
rusa, contacto de su cara con la mascarilla de oxígeno, pinchazos duros y repetidos
sobre su muñeca herida, voces de médicos: ha perdido mucha sangre…, mas oxígeno,
mas pinchazos,… anestesia…, mas voces de médicos: se esta estabilizando, mas anestesia,
mas pinchazos, y mas voces de médicos: esta fuera de peligro, y finalmente, sueño,
sueño, sueño.
El despertar fue doloroso. El tacto áspero de las sabanas
le rozaba con violencia por todo el cuerpo y la intensidad de la luz, aún con
los ojos cerrados, le hacía pensar que había dormido mucho, tal vez días enteros.
Poco a poco fue entreabriéndolos pero la luz amarilla era tan intensa que se le
clavaba en la retina como agujas calientes, entonces puso su mano derecha sobre
los ojos y los abrió contemplando una oscuridad repleta de puntos de luz que se
movían, sin ningún orden, de un lado a otro. Lentamente fue separando los dedos
y la iluminación que se colaba a chorros entre ellos le hacía distinguir las primeras
formas de la habitación. A cámara lenta apartó su mano y pudo ver ya, pero no
sin dificultad, el bulto de su cuerpo bajo las ásperas sabanas y el aséptico blanco
nuclear propio del ambiente esterilizado con pestilencias a medicina de cualquier
hospital. En su boca y su garganta notaba un desagradable sabor agrio que, pese
a sentir un hambre voraz, le alejaba de la idea de ingerir cualquier alimento.
Pero lo peor de todo era su brazo izquierdo, le dolía, más que dolerle, le pesaba
como si fuera de piedra, como si estuviera atado con violencia al colchón y no
pudiera despegarlo. Con el brazo derecho y no sin cuidado, pues en ese le habían
inyectado el suero, fue deslizando la sabana pausadamente hasta descubrir su herida.
Una venda de tela blanca se enrollaba desde su mano, dejándole únicamente libres
los dedos, hasta un palmo mas allá de la muñeca, casi a la altura del codo. De
repente la puerta se abrió y un hombre con bata blanca entro en la habitación. -
Hola, como te encuentras?- dijo mostrando una amplia sonrisa. - Vivo-
dijo mientras trataba de incorporarse. - No tranquilo no te muevas, por
unos días debes hacer un reposo absoluto. - De acuerdo, no me muevo,
como han sabido que acabo de despertarme?. El médico sonriente dio un par
de pasos a su izquierda y señaló a una de las esquinas del techo, el objetivo
de una cámara lo observaba fijamente.
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