Al conocer
la noticia del desalojo total de los cuarteles de Sant Andreu (o más bien de sus
ruinas), perpetrado alevosamente el lunes pasado, supuse que allí, a pie de redada
policial, habría algún representante del tripartito. Vana suposición: no compareció
nadie. No hubo gesto ni foto, una pena. Allí estaban, eso sí, los de la Cruz Roja,
menos mal y mal que le pese a la Delegación del Gobierno, que los avisó tarde.
La escena no tiene desperdicio: se excreta a los inmigrantes y se arrasa el lugar
con excavadoras.El bulldozer contra el indocumentado, es decir, el ser contra
la nada. Cuando hay que elegir entre el mundo de la Cruz Roja y el mundo del bulldozer,
se elige el del bulldozer. La propiedad, como el dinero, es sagrada. Aunque sea
propiedad pública. Faltaría más. No
sabemos aún cuál es el uso que se dará al solar. La expulsión de los inmigrantes
proporciona una ventaja retórica indudable; ahora el problema social y humano
se convierte en problema «administrativo», mucho menos desagradable y obsceno.
Es fácil predecir qué ocurrirá con los terrenos. Desde
hace años, el Ministerio de Defensa especula con su (nuestro) patrimonio inmobiliario.
De estos dineros sale la reconversión del Ejército, la compra de sofisticados
gadgets bélicos o los gastos que genera la «lucha contra el terrorismo», que es
así como llama Aznar a la invasión de Mesopotamia. Cien mil metros cuadrados en
Barcelona significan cientos de millones de euros, a precio de mercado, es decir,
a precio de bulldozer. En
el ministerio se estarán muriendo de risa con las cosas que, en nombre de la FAVB,
ha dicho Joan Garcia: que se construya un ambulatorio, una guardería, un colegio,
una residencia de ancianos y pisos de alquiler protegido. Ya sentó doctrina Rato
hace unos meses: gracias al auge del precio de la vivienda, los ciudadanos de
este país han multiplicado el valor de su patrimonio.Es decir: somos más ricos
gracias a los especuladores, nuestros benefactores. El ministerio especula para
nuestro bien.
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Lo extraño
en todo esto es que no resulte extraño. Es decir: el raro parece Joan Garcia.
Parece que pide la Luna, y sólo pide lo justo. Parece que se lamenta, y sólo exige
que no se tolere lo intolerable. Parece que quiere más gasto público, pero sólo
propone menos malgasto (de lo) público. De hecho, Joan Garcia no pide casi nada:
una de las mayores falacias de la doctrina oficial sobre el gasto público es esa
que lo asocia siempre a una amenaza y a un peligro. En realidad, nunca ha habido
más dinero en circulación, más renta disponible, más PIB. Nunca llega, por supuesto,
el momento de invertir decididamente en política social. Ya se sabe: es «gasto»,
o sea, un desgaste o una erosión. Aznar presume del dinero público que sobra como
un empresario de sus beneficios. Lo que excede es bueno; lo que se gasta, malo.No
hay administración pública que no acepte la lógica del bulldozer aplicada a los
asuntos sociales, esto es, humanos. Unas y otras, de izquierdas (ay) o de derechas,
utilizan simplemente modelos diferentes de excavadora, más o menos potentes. La
izquierda lleva tantos años secuestrada por el pensamiento único que sufre >de
síndrome de Estocolmo. Digamos,
en fin, que no hemos querido parecer apocalípticos.Por eso, a propósito del desalojo
de Sant Andreu, nos hemos dedicado a hablar de la izquierda y sus complejos. Por
eso no hemos hablado de los desalojados, cuyas circunstancias personales son inimaginables,
terribles. Apocalípticas. Nos daba, la verdad, mucha vergüenza.Propia y ajena.
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